lunes, 14 de diciembre de 2009

Las consultas independentistas en Cataluña, puro teatro.

Independientemente de lo que cada uno podamos pensar sobre los nacionalismos en España y su recorrido en el futuro, tengo la convicción de que las consultas sobre la independencia de Cataluña celebradas este domingo 13 de diciembre en unos cuantos municipios de ese territorio no pasan de ser una escenificación más bien teatral de unas aspiraciones, sin duda, legítimas pero, a día de hoy, difícilmente realizables. Valorando los resultados, obviamente lo más significativo ha sido la escasa participación (un 30 %) y eso que el censo se aumentó artificialmente con la inclusión de menores de 16 años e inmigrantes. No obstante, no es éste el análisis que aquí me interesa por no ser computable a efectos demoscópicos. Mis reflexiones de hoy van en la línea de la interpretación de los sentimientos que hay detrás de estas consultas, algo sin duda difícilmente objetivable y, por lo tanto, más proclive a las pasiones que a las razones. Mis valoraciones serían las siguientes:
1. Es indudable que en sectores más o menos amplios de la ciudadanía catalana existe un creciente desapego con su clase política. Los resultados en cuanto a participación de aquellas consultas, legales o no, realizadas en Cataluña que han tenido como base cuestiones identitarias (Estatuto, independencia) han sido más bien pobres, con una abstención altísima. En cambio, los procesos electorales ordinarios (autonómicas, municipales, generales) han seguido la tónica habitual en cuanto a abstención. ¿Se podría quizás concluir que a los catalanes no les interesan las cuestiones identitarias? Quizás los partidos catalanes deberían reflexionar sobre este asunto, no sea que estén apostando por unos contenidos programáticos cada vez más alejados de los intereses reales de la ciudadanía a la que representan.
2. Dando lo anterior por aceptado, también es cierto que en ciertos ámbitos de Cataluña, y no sólo políticos, a España se la mira también con creciente desapego o cuanto menos indiferencia. No parece haberse conseguido un encaje cómodo para Cataluña en la estructura del Estado español. De un lado, Cataluña se siente explotada por el resto del Estado, argumentando que sus niveles de bienestar y riqueza no han crecido en la misma proporción que la de otros territorios del Estado. Del otro, cualquier reconocimiento de las particularidades y singularidades catalanas se ven como concesiones o favores para conseguir réditos políticos (y los mensajes han procedido tanto del PP como del PSOE). Desde luego, no es el mejor panorama para la consecución de ese encaje y, además, la demora en la resolución del Tribunal Constitucional sobre el Estatut no hace más que añadir agravios sobre la percepción que en Cataluña se tiene de las instituciones del Estado.
3. Por último, quiero expresar aquí mi absoluto respeto y comprensión para las reivindicaciones nacionalistas catalanas. Soy de los que piensa que a nadie se le puede obligar a ser lo que no quiere ser, por mucho que haya documentos legales que lo impongan (el caso de Aminetu es la mejor prueba). Entiendo que se defienda la particularidad (el hecho diferencial) y que se actúe políticamente en ese sentido. Pero también quiero advertir al nacionalismo catalán (y al vasco, y al gallego, y al valenciano, y al madrileño, ...) que la Historia nos ha enseñado que las construcciones nacionales artificiales suelen acabar mal (Yugoslavia) y que sólo tienen futuro las que se construyen sobre sólidas base sociales y después de procesos históricos coherentes (a veces, sin duda, violentos). Ni se puede criminalizar toda reivindicación nacionalista ni se pueden subir a los altares todas. Y, por supuesto, sirve de muy poco crear artificialmente unos sentimientos que no existen o que no están suficientemente asentados en el entramado social. No se olviden en Cataluña que todavía viven entre ellos muchas gentes originarias de diferentes partes de España. Y la tierra, como ese nacionalismo repite con insistencia, tira mucho. Para una cosa y para otra.

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